Por sentarte a mi lado en la
escalera
y simplemente quedarte allí.
Ni un escalón más arriba,
ni uno más abajo,
a mi lado;
Callada, solo respetando mí espacio
y mis silencios, esos silencios
en los que me refugio
cuando el dolor no me permite
hablar.
Por entender de solo mirarme
que es lo que me hace reír,
de solo mirarme sentir que es
lo que me hace sufrir.
Por saber lo que vale un abrazo
cuando ya no queda lo que dar.
Por saber medir lo importante
cuando todo parece igual.
Por eso y por tantas otras cosas
tan sencillas y a la vez tan
maravillosas,
es que me siento
tan afortunada de conocerte.
Gracias por regalarme
tan generosamente,
tu amistad;
y
por dejarme entrar
en tu corazón...
19 de agosto de 2001
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